martes, 12 de junio de 2012

El violinista.

Caminaba despacio, sin prisa, cubierto por el sombrero de ala negro que su madre le regalo por navidad.
Su larga gabardina, del mismo color, estaba cada vez mas húmeda por la persistente lluvia primaveral de aquel día. Sus pies, totalmente calados, con unos zapatos ya algo gastados de tanto caminar.
Y en la mano, su vieja funda de violín, que conservaba desde que aprendió a tocar el mismo con apenas 5 años.
Mirada siempre al frente, paso corto y rostro serio, como cada día.
Mientras andaba recordaba su niñez, sus clases de cada tarde con aquel profesor austriaco de nombre impronunciable, y los esfuerzos de sus padres para que siguiera perfeccionando su dominio de ese melódico instrumento. Fueron años de ensayos, noches en vela imaginandose en los grandes escenarios del mundo y muchisimas alegrías cuando las felicitaciones llegaban a su casa o algún periódico local hacia mención de los logros de aquel pequeño virtuoso del violín.
Mejoraba día tras día, y con poco mas de diez años había cautivado ya a maestros, expertos y entusiastas de la música clásica. Su progresión parecía no tener fin.
Dejo sus estudios para dedicarse enteramente a la música, y ya nadie dudaba de que seria un genio entre los genios.
Entró en abarrotado teatro, como había hecho tantas veces entonces, pero esta vez en vez de dirigirse a la zona del escenario, subió las escaleras y se encamino a uno de los palcos. Tomo asiento, miro hacia abajo y le pareció verse sobre las tablas, con su instrumento al hombro e interpretando el concierto para violín de  Beethoven. Esta fue siempre su pieza favorita, tenia fuerza y le hacia flotar ante el publico o solo en su habitación, le transportaba a otro mundo.
Cuando los asistentes al espectáculo se hubieron acomodado en sus butacas, se levanto el telón, y ante ellos aparecieron los bailarines del gran ballet de Moscu dispuestos a interpretar el lago de los cisnes.
Miro furtivamente al palco que tenia a su derecha y vio a un tipo gordo, de aspecto italiano, y de unos cincuenta años de edad, acompañado por una joven morena, que no tendría ni la mitad de años que el. Tras ellos, dos hombres altos, fuertes y con aspecto de sicarios.
Acerco su mano derecha a su funda de violín, la abrió y al tiempo que se ponía en pie, saco una ametralladora de la funda. Girándose hacia el palco contiguo, apoyó esta en el muñón que había donde antes estuvo su mano izquierda, y comenzo a disparar sobre sus ocupantes. Mientras sonaba el estruendo de las balas, recordó el día en que sin querer, había empujado al gordo del palco, veía claramente como caía a un charco y sin ponerse en pie, este había ordenado a uno de sus matones que le cercenara la mano con la que había osado tocarle. Al recordarlo aun sentía el frió acero sobre su muñeca y podía sentir como por ese corte se le escapaba además de gran cantidad de sangre, todo lo que era y esperaba ser.
Desde ese día nunca había vuelto a ser feliz, jamas volvió a sonreír hasta este preciso instante, hasta el momento en el que de sus manos había vuelto a brotar música, hasta el momento en el que su venganza había sido cumplida.

3 comentarios:

  1. Muy buena historia llena de intriga hasta el final... y por una vez hasta me alegro de ese final vengativo, jajaja No es bueno impedir a los músicos que se expresen, toda una vida dedicada a su violín para que un gordo prepotente acabe con sus ilusiones. Un justo final :)

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  2. Ah... el video musical como para disfrutarlo con calma: musica de tod un genio e imagénes para perderse en ellas escuchando el fondo musical. Un cuarto de hora de total relajación :)

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  3. Buenisima historia, impactante aunque tiene un duro final, me encanto. Como se dice la venganza si es fría sabe mejor. :)

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