lunes, 11 de junio de 2012

Bosque vacio.

A lo lejos, en lo mas profundo del bosque se escuchaba a un búho solitario haciéndose notar.
Las hadas esa noche no habían salido a recorrer las copas de los arboles.
Solo se escuchaban los pequeños saltitos de un pequeño duende que jugaba entre las flores y bajo el poderoso influjo de la luna llena.
Algo no andaba bien ese día, ya que al caer el sol, el bosque era un hervidero de criaturas y sonidos variopintos. Pero no esta noche.
El duende siguió saltando mientras silbaba una antigua melodía que había pasado de generación en generación.
Miraba a a su alrededor sorprendido del vació que le rodeaba.
Llego al borde del arroyo, y como cada noche, se descalzo para cruzarlo andando y así refrescar sus cansados pies. anudo sus zapatos, los coloco alrededor del cuello y cruzo. El agua estaba demasiado fría, no era lógico con el calor que había hecho todo el día, aun así siguió su camino.
En la orilla opuesta se volvió a calzar, y cuando se disponía a seguir silbando, escucho un gruñido.
Se agazapo tras unos matorrales y trato de buscar el origen de aquel desagradable sonido.
Sus puntiagudas orejas no paraban de moverse esperando volver a oírlo, pero no sucedió.
Se puso en pie y como si nada hubiera sucedido, siguió su camino, ahora cantando en una extraña lengua.
Como diez minutos mas tarde, diviso una pequeña fogata, alrededor de la cual giraba una mujer distinta, con pinturas en su cuerpo y una nariz ganchuda que hacia que no pudiera dejar de mirarla.
Era la bruja mas bella que jamas el duende viera.
Vestía con ropajes de colores rojos y negros, con calaveras en las medias y corpiño con cordones.
Escucho atentamente lo que la bruja murmuraba. Decía algo relacionado con el desprecio al ser humano, la locura de los hombres, y lo fantástico de su propia persona.
El duende esbozo una sonrisa picara y se compadecio de aquel ser.
Con su ego no solo no podía ver la hermosura de las criaturas que la rodeaban, sino que estas además se escondían cuando la veían.
Seria triste vivir así, sin amigos, sin compañía, y con la nariz como única compañía.
El duendecillo decidió no perder mas su tiempo, y se marcho tal y como había llegado, saltando y cantando, aunque esta vez cantaba en nuestra lengua.
Esa noche en el bosque solo se escuchaban tres cosas, un búho, una bruja y duendecillo cantando una triste canción.

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