Su mujer había dicho que se marchaba de vacaciones, y el con la tranquilidad de no tenerla a ella dando vueltas y quejandose por todo, había hecho los primeros avances, había realizado las pequeñas zanjas para levantar los muretes de ladrillo que sostendrian la plataforma de hormigon.
Trabajaba aprovechando las primeras horas de la mañana y también cuando había caído el sol. Nadie se quejo de las horas, pues aunque no eran horas normales, no hacia practicamente ruido.
Varios de sus amigos se ofrecieron a ayudarle, pero el no acepto el ofrecimiento, se limitaba a decirles que con la obra mataba su aburrimiento, y que si le ayudaban le duraría menos esa diversión.
Cuando terminó la estructura con forma de sarcofago, se tomo un par de días de descanso para perderse en sus otros pasatiempos, salio de noche, durmió de día y bebió como si el mundo se fuese a terminar en breve.
Cuando reemprendio la faena, lo hizo de forma rápida, en una noche había cubierto la estructura de hormigon, y al día siguiente había puesto el nuevo suelo. Hecho esto, planto gran cantidad de hierbas aromáticas, y las regaba de forma casi maniática, dos veces al día, lo que hacia que su jardín fuese el mas oloroso del vecindario.
Pasaba un mes de la partida de su mujer y nadie había vuelto a saber de ella. Sus amigos empezaban a mumurar, las malas lenguas salían a pasear a la mínima que podían, y una sospecha sobre volaba su persona. Cuando le preguntaban sobre ella, el se limitaba a encogerse de hombros y a decir:" Quizás tenga a otro y ya no vuelva".
Las sospechas crecian día a día, hasta que algún vecino mas preocupado que los demás, llamo a la policía y relato sus suposiciones. Horas después la una docena de agentes se personaron en su vivienda, y le obsequiaron con miles de preguntas sobre su relación con su mujer, a las cuales el respondió de la misma manera. Los agentes preguntaron sobre la obra, y el les contó como y porque la había realizado, pero sus respuestas no parecieron satisfacer a los policías, y un par de horas después se persono otro de ellos con una orden judicial en la que les autorizaban a destrozar la ampliación del patio.
Usaron martillos compresores, picos y palas, y en cuestión de media hora habían acabado con su trabajo de dos semanas. Cuando terminaron y no descubrieron nada, se marcharon de la misma forma apresurada en la que habían llegado.
Al día siguiente, al caer el sol, comenzó de nuevo a reconstruir su parcela. Los mismos ladrillos, el mismo cemento, el mismo hueco con forma de sarcofago, aunque esta vez en su interior deposito una gran bolsa de plástico que había mantenido oculta de los ojos de los curiosos tras el panel de madera del trastero que tenia en la buhardilla. Cubrió el hueco de sosa cáustica y hormigon, puso un nuevo suelo y replanto la menta y la hierbabuena.
Durante el resto de su vida siempre contó que su mujer se había ido con otro, y sus vecinos, esos seres necios y previsibles, nunca mas sospecharon de el, se limitaban a consolarle mientras tomaban cervezas sentados en su patio, sentados sobre el cuerpo de ella.