Mientras el avión despegaba, sonreía. Llevaba tiempo queriendo hacer aquello y por fin hoy era el día.
Había encontrado el valor necesario, ya había escuchado todo lo que necesitaba, escrito todo lo que sabia, bailado hasta que se acabo la música, bebido como si tuviera sed y amado hasta que su corazón le permitió.
Ya era hora de dar el paso, ya era hora de decir adiós a sus miedos.
Con lo que le gustaba reír y últimamente componía una mueca con sus labios para simular una sonrisa. Sus ojos se habían apagado y en su cabeza ya no surgían las palabras con las que mantener interesantes conversaciones y mucho menos escribir esos relatos de dudosa calidad, pero que a el le ayudaban a liberar la mente.
El avión no paraba de ascender y el ruido de las hélices cada vez era mas ensordecedor. Empezaba a sentir algo de frio, así que cruzo sus brazos sobre el pecho para tratar de darse calor. No lo consiguió.
Su mente volaba mas deprisa que aquel aeroplano, sus pensamientos que nunca le daban un respiro en aquel momento sonaban como las pezuñas de mil caballos al galope. Le dolía la cabeza y aquel era el peor dolor que podía sentir. Se había fracturados huesos, ligamentos, había tenido cólicos y mil dolencias mas, pero el dolor de cabeza, eso le consumía. ¿Podrían unas simples letras haber hecho tal mella en su subconsciente?
Seguían ascendiendo, el suelo ya no se apreciaba por la ventanilla, incluso vio como atravesaban unas nubes blancas y densas.
Ocho mil pies y subiendo.
Cogió la mochila, se la coloco a la espalda y la fijo con firmeza.
Mientras se ponía en pie, trato de recordar las palabras, y sin lugar a dudas golpearon su cabeza “calvo, sobrepeso, serio y nada atractivo”- Pues era una buena forma de definirle, el que nunca había prestado atención al físico y era definido solo por ello.
Cogió la manivela de la puerta, la subió y tiro de la misma. La puerta se deslizo con fuerza y ante el apareció el cielo azul y unos cientos de metros mas abajo las nubes que habían atravesado.
Se santiguo, miro al frente y salto.
En nada se vio perforando las nubes, junto sus piernas y pego sus brazos al cuerpo, la velocidad cada vez era mayor y entonces grito: “Calvooooo, feooooo, gordooooo”
La velocidad no dejaba de incrementar y ya se distinguía el suelo con claridad.
Sin saber porque, comenzó a reír, no una risa normal, sino una carcajada descomunal. Se reía de la vida, se reía de la gente, se reía de lo banal y lo mundano.
Tiro de la anilla, el paracaídas de desplegó y noto como este tiraba de sus hombros con fuerza. Planeo los metros que quedaban hasta el suelo y aterrizo suavemente, algo nada lógico para su gran peso.
Libero los anclajes de la mochila que le mantenían fijado al cordaje, soltó un grito de esos que te liberan de la tensión y cantando una canción de “Viva Suecia” se dirigió al coche para seguir con la rutina, que al fin y al cabo era martes y debería estar trabajando.
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