Como cada mañana había abierto su pequeña tienda de
golosinas y regalos en aquella funcional galería comercial cerca de su casa. Tras
limpiar un poco, reponer género, adornar algo el mostrador y atender a los
clientes ávidos de azúcar de cada día, se sentó tras la caja registradora y
cogiendo su móvil se dispuso a leer aquel curioso blog de relatos que había descubierto
hacia poco.
Comenzó leyendo un relato que le pareció divertido, era de
un loco y un policía, continuo con otro sobre un tipo en una discoteca, también
algo divertido, pero más melancólico, y así cayeron cinco o seis más, hasta que
encontró uno que la abdujo, que la hizo sumergirse en el cómo ninguno de los
anteriores, se trataba de un relato erótico. Según iba avanzando por sus líneas
notaba como la excitación se iba apoderando de ella. Las gafas sin saber porque
se deslizaron por su nariz hasta la punta, sus dedos jugueteaban con su rubio
cabello y el bello de su nuca se erizaba sin motivo aparente. Mientras seguía con
la lectura sus dientes se clavaron con insistencia en su labio inferior, cosa que le hizo
proferir un pequeño grito. El relato en si contaba como una chica con un
curioso acento gallego y una dulce voz, cantaba en la ducha mientras se contoneaba
y provocaba a un chico que la miraba desnudo desde fuera. Ella cantaba y sonreía
a partes iguales al comprobar como el cuerpo de él reaccionaba a su insinuación,
aunque quisiera disimularlo no podía ya que la erección era más que evidente.
“Ufffff” – Resoplo mientras su imaginación hacía de las
suyas y comenzaba a notar humedad bajo su pantalón vaquero. Se echó hacia
delante y al apoyarse en el mostrador se sorprendió al notar que sus pezones también
habían reaccionado, los noto duros contra el cristal. Aunque quisiera no podría
dejar de leer, con lo que continúo haciéndolo con el temor de que entrara algún
cliente y la viera con esa cara que no sabría explicar a que se debía.
Mientras la escena de la ducha pasaba a otro nivel y el
chico ya se había metido también bajo el agua, la mano que no sostenía el teléfono
en el que leía, se deslizo entre sus piernas y por encima del pantalón, se dedicó
a acariciar suavemente la zona húmeda entre sus piernas. Cuando se dio cuenta
de aquello fue porque se asustó al escuchar su propio jadeo.
En ese momento se le presento un dilema, seguir leyendo y no
poder controlarse o dejar aquello a medias. Dejo el móvil sobre el mostrador,
se alejó de él y se acercó a la puerta de la tienda para despejarse. Suspiro, abrió
la boca para tomar una bocanada de aire, parpadeo y con una sonrisa pícara se
dispuso a cerrar la tienda. Bajo el cierre, puso un cartel que tenía preparado
para cuando tenía que salir un momento y echo la cortina. Una vez que tenía
todo cerrado se dirigió a por el móvil mientras sus manos desabrochaban el botón
de su vaquero y mientras su mano izquierda desbloquea la pantalla para seguir
leyendo, la derecha se deslizo por debajo de su braguita hasta alcanzar su clítoris
y comenzó a acariciarlo como hacían las manos de aquel hombre en la ducha con
la rubia cantarina. Recreo todas las escenas en la medida de sus posibilidades,
levanto su camiseta y su sujetador para notar el frio del cristal del mostrador
en sus pechos cuando el hombre apretó los de la chica contra la mampara de la
ducha, se introdujo los dedos en la boca mientras la rubia del relato chupaba
la polla del hombre arrodillada, incluso bajo sus pantalones hasta los tobillos
para poder azotarse las nalgas mientras el marcaba sus dedos en las nalgas de
la chica del relato. El clímax llego cuando el tipo del relato penetro con
fuerza a la chica y ella sola en la tienda hizo lo mismo con sus propios dedos.
Era como estar viviendo la historia o como si los viera por un agujero en el
baño donde todo sucedía. Tan grande era la compenetración que en el momento en
el que aquel tipo eyaculaba y la chica gritaba de placer al tener un orgasmo, el
silencio de matinal de la galería se vio roto por un grito de placer que nadie
supo jamás de donde venía.
Unos minutos después, con su vestimenta recompuesta,
arreglado su pelo, haber mirado con cuidado tras la cortina y ver que no había nadie,
la tienda volvió a quedar abierta al público. Durante el resto del día la
sonrisa no se borró de su cara y un solo pensamiento le recorría su cabeza una
y otra vez:” En cuanto pueda cantare para ti en la ducha”.