martes, 9 de febrero de 2021

A ratiña golosa

 

Como cada mañana había abierto su pequeña tienda de golosinas y regalos en aquella funcional galería comercial cerca de su casa. Tras limpiar un poco, reponer género, adornar algo el mostrador y atender a los clientes ávidos de azúcar de cada día, se sentó tras la caja registradora y cogiendo su móvil se dispuso a leer aquel curioso blog de relatos que había descubierto hacia poco.

Comenzó leyendo un relato que le pareció divertido, era de un loco y un policía, continuo con otro sobre un tipo en una discoteca, también algo divertido, pero más melancólico, y así cayeron cinco o seis más, hasta que encontró uno que la abdujo, que la hizo sumergirse en el cómo ninguno de los anteriores, se trataba de un relato erótico. Según iba avanzando por sus líneas notaba como la excitación se iba apoderando de ella. Las gafas sin saber porque se deslizaron por su nariz hasta la punta, sus dedos jugueteaban con su rubio cabello y el bello de su nuca se erizaba sin motivo aparente. Mientras seguía con la lectura sus dientes se clavaron con insistencia en su labio inferior, cosa que le hizo proferir un pequeño grito. El relato en si contaba como una chica con un curioso acento gallego y una dulce voz, cantaba en la ducha mientras se contoneaba y provocaba a un chico que la miraba desnudo desde fuera. Ella cantaba y sonreía a partes iguales al comprobar como el cuerpo de él reaccionaba a su insinuación, aunque quisiera disimularlo no podía ya que la erección era más que evidente.

“Ufffff” – Resoplo mientras su imaginación hacía de las suyas y comenzaba a notar humedad bajo su pantalón vaquero. Se echó hacia delante y al apoyarse en el mostrador se sorprendió al notar que sus pezones también habían reaccionado, los noto duros contra el cristal. Aunque quisiera no podría dejar de leer, con lo que continúo haciéndolo con el temor de que entrara algún cliente y la viera con esa cara que no sabría explicar a que se debía.

Mientras la escena de la ducha pasaba a otro nivel y el chico ya se había metido también bajo el agua, la mano que no sostenía el teléfono en el que leía, se deslizo entre sus piernas y por encima del pantalón, se dedicó a acariciar suavemente la zona húmeda entre sus piernas. Cuando se dio cuenta de aquello fue porque se asustó al escuchar su propio jadeo.

En ese momento se le presento un dilema, seguir leyendo y no poder controlarse o dejar aquello a medias. Dejo el móvil sobre el mostrador, se alejó de él y se acercó a la puerta de la tienda para despejarse. Suspiro, abrió la boca para tomar una bocanada de aire, parpadeo y con una sonrisa pícara se dispuso a cerrar la tienda. Bajo el cierre, puso un cartel que tenía preparado para cuando tenía que salir un momento y echo la cortina. Una vez que tenía todo cerrado se dirigió a por el móvil mientras sus manos desabrochaban el botón de su vaquero y mientras su mano izquierda desbloquea la pantalla para seguir leyendo, la derecha se deslizo por debajo de su braguita hasta alcanzar su clítoris y comenzó a acariciarlo como hacían las manos de aquel hombre en la ducha con la rubia cantarina. Recreo todas las escenas en la medida de sus posibilidades, levanto su camiseta y su sujetador para notar el frio del cristal del mostrador en sus pechos cuando el hombre apretó los de la chica contra la mampara de la ducha, se introdujo los dedos en la boca mientras la rubia del relato chupaba la polla del hombre arrodillada, incluso bajo sus pantalones hasta los tobillos para poder azotarse las nalgas mientras el marcaba sus dedos en las nalgas de la chica del relato. El clímax llego cuando el tipo del relato penetro con fuerza a la chica y ella sola en la tienda hizo lo mismo con sus propios dedos. Era como estar viviendo la historia o como si los viera por un agujero en el baño donde todo sucedía. Tan grande era la compenetración que en el momento en el que aquel tipo eyaculaba y la chica gritaba de placer al tener un orgasmo, el silencio de matinal de la galería se vio roto por un grito de placer que nadie supo jamás de donde venía.

Unos minutos después, con su vestimenta recompuesta, arreglado su pelo, haber mirado con cuidado tras la cortina y ver que no había nadie, la tienda volvió a quedar abierta al público. Durante el resto del día la sonrisa no se borró de su cara y un solo pensamiento le recorría su cabeza una y otra vez:” En cuanto pueda cantare para ti en la ducha”.