Esto solo es una forma de gritar en silencio al mundo todo lo que siento, como lo siento, pero atraves de breves historias sin importancia.
Para los que no me conozcan dire que no soy nadie, y para los que si tengan esa mala suerte, les pido disculpas de antemano por airear sentimientos con los cuales quizas se sientan identificados.
Pasaban las 2 a.m. y aquella morena imponente, de deslumbrante sonrisa y mirada penetrante seguía junto a la barra, tomando su tercer gin-tonic mientras charlaba con sus dos bellas, aunque no tanto como ella, amigas.
Recordando la serie de cómo conocí a vuestra madre, le pedí a mi Amigo que hiciera los honores.
Nos acercamos a ellas, mi amigo toco levemente su hombro y antes de que se girara él dijo:" ¡Hola! ¿Conoces a Fran?"
Tras decir esto se apartó dejándome solo ante el peligro.
¿Peligro?- os preguntaréis.
Pues si, ya que aquella cara tan dulce, al girarse muto como jamás había visto antes, era como si el infierno se hubiera abierto de par en par y el más temible de sus demonios de hubiera plantado frente a mi.
Aquellos preciosos ojos ahora eran incandescentes, casi llameantes. Su sonrisa antes seductora, en este momento parecía una mueca de oído y desprecio.
Me quedé helado al escucharla decir:"¿Te he pedido que vengas a molestarme?"
Aunque tajante, su voz tenía un toque dulce que por un momento me relajo, y sonreí. Craso error por mi parte.
"¿Que te hace tanta gracia?- me exhorto mientras levantaba su brazo. En ese momento me encogí temiendo que me golpeara, aunque no lo hizo. Simplemente extendió su dedo índice y señalando la puerta me dijo: "el sitio de los graciosillos está allí fuera, así que largarte y ríe te de tu prima la coja."
Alucinado me di la vuelta me dirigí de nuevo al encuentro de mis amigos.
Seguro que hoy se ha olvidado de tomar el café del desayuno y por eso está de tan mal humor, a mi también me habría pasado, pensé mientras sonreía de nuevo al recordar el toque dulce de su voz.
Paseaba tranquilo y despreocupado por la playa de Santa
Catalina. Sus pies jugaban con la espuma de las olas al morir estas en la
arena, simplemente paseaba, como hacía cada uno de los días que pasaba en el
Puerto de Santa María. Era su lugar de escapada de su ajetreada vida de
maleante de poca monta.
Mientras veía caer el sol, escucho a lo lejos
una guitarra española y la curiosidad le llevo a acercarse. Diviso un grupo de
gente de unos treinta y tantos,
cantando y tomando algo. Parecían
divertirse y decidió acercarse un poco más.
Entre el grupo contemplo a una preciosidad
de mujer que lucía una pamela veraniega de esas que no sirven para mucho pero
que dan un toque de estilo.
Por un momento sintió como se le detenía el corazón,
reconoció aquella sonrisa, aquellos ojos y aquellos rasgos que una vez le habían
cautivado cuando robaba en un banco, era ella, era la chica del sombrero.
Mientras la contemplaba y trataba de recuperar el aliento,
vio como ella se levantaba y se separaba del grupo, “¿Se irá ya?”- Pensó mientras
la seguía con la mirada.
Hizo una fotografía mental de ella para su propio deleite.
Le gusto sobre manera el rojo bikini que se vislumbraba bajo su vestido playero
de color blanco y prácticamente translucido, y le llamo poderosamente la atención,
como el pelo, que parecía aun mojado, se dejaba mecer por la suave brisa.
No se
había percatado, pero la chica del sombrero había girado y caminaba en su dirección. También ella había decidido pasear por la playa ahora
solitaria tras la puesta de sol.
Dudo un segundo, titubeo, pero al final tomo una decisión. Se
aparto de su camino, la dejo pasar y cuando ella se hubo separado un par de
centenares de metros de su grupo, se acerco sigilosamente, tapo sus ojos con una
mano, su boca con la otra y acercado su boca al oído de ella le dijo:
“Buenas
noches princesa. No sé si me recordaras, pero yo no he podido dejar de pensar
en ti ni un solo día. Sabes que no tengo intención de lastimarte, así que ahora
te soltare y espero que no grites. Solo te vi y quería saludar a la mujer que
tanto tiempo me ha quitado el sueño.”
Dicho esto, la soltó y se dio la vuelta dispuesto salir
corriendo, ya que esperaba que ella gritara y alertara a sus amigos.
Mientras
iniciaba su huida, escucho la dulce voz de ella que le decía:
” Buenas noches ladrón,
cuánto tiempo esperando volver a saber de ti.”
El se quedo helado, petrificado y lentamente se dio la
vuelta. Al girarse vio una impresionante sonrisa dibujada en su cara, no lo podía
creer.
Ella siguió hablando:
” ¿No vas a presentarte ni darme dos
besos?, ¿Me seguirás dejando con la duda de quién es ese interesante hombre que
ya una vez me dejo sin aliento y que hoy ha vuelto a hacerlo?”
El se presento, se acerco a ella y obediente le dio dos
besos, ambos muy cercanos a la comisura de los labios.
Ella le rodeo con los
brazos y tras decirle también su nombre, le devolvió ambos besos, aun más
cercanos a los labios que los de él. Se sentó en la arena, y tirando de la mano
de él, le hizo sentarse a su lado.
Se miraron un buen rato, aunque ninguno de los
dos sabía cuanto, ya que el tiempo parecía haberse detenido para ellos. Tras
una breve conversación en la que él le relato como había pensado en ella cada día
desde el robo y ella le relato que aun habiéndose casado con su pareja de
siempre recientemente, tampoco había podido dejar de pensar en el, ambos
decidieron concluir ese beso que los dos habían intentado pero ninguno había
tenido el valor de dar.
Ese beso solo fue el principio, después vinieron mil más,
caricias, arena, ropa perdida y pasión desenfrenada. Unas horas mágicas que él jamás
olvidaría y que ella al volver a casa trataría de disipar en la ducha para que
su marido jamás se diera cuenta.
Ya amanecía cuando él decidió levantarse de la arena y continuar
aquel paseo por la playa que iniciara la tarde anterior. Su mirada perdida en
el infinito, sus pies descalzos, una sonrisa incorruptible en su semblante, y
entre sus manos una pamela, la de ella, la de su chica del sombrero.
Caía el sol en uno de esos áridos caminos manchegos que circundan
cada pueblo de esa extensa región. El sofocante clima del verano hacia que se
viera todo como con neblina. El polvo que levantaba la leve brisa hacia que aun
la sensación fuera más insoportable.
Tendida sobre la arena, boca arriba, con sus limpios ojos
que siempre le habían hecho tener una mirada interesante y seductora para los
hombres, miraba absorta a su asaltante. Sin saber cómo ni porque, aquel tipo había
aparecido detrás de un matorral y sin mediar palabra se había abalanzado sobre
ella, tirándola al suelo y poniendo sus manos alrededor de su cuello, trataba
de estrangularla.
Mientras le miraba e intentaba pensar si lo había visto
antes, luchaba por respirar, forcejeaba y se culpaba por haber salido tarde de
trabajar. “Si hubiera salido a mi hora, no estaría a estas horas en el camino y
no me encontraría en esta situación”- Pensaba mientras notaba como le falta de oxígeno
en sus pulmones la debilitaba cada vez más.
La muerte se acercaba cual silenciosa y certera flecha. Era
inevitable, llegado aquel momento ya nada podría detenerla. Ella sonrió
levemente, aunque quizás solo fuera una mueca de dolor, ni ella misma podría saber
que había sido.
Más polvo, una brisa algo más intensa y la muerte llego. Su
atacante se desplomo. Una sombra marrón había aparecido de repente, sigilosa
pero veloz. Había abierto la boca en el último momento y había mostrado sus afilados
colmillos. Tras esto los había hundido en la yugular de aquel tipo y
se la había arrancado. La sangre brotaba a borbotones de aquel cuerpo inerte
mientras Tequila, la preciosa doberman de nueve años con la que tanto había vivido,
se giraba y dulce como siempre lamia la cara de su dueña, mostrando preocupación
y dándole cariño como había hecho toda su vida.
“Ainssssssssss, Tequi, mi niña, ¿Que haría yo sin ti?”-Pensaba
mientras el aire volvía a inundar sus pulmones y sus ojos recobraban su brillo
habitual- “Si tú eres la muerte, eres la más hermosa, preciosa muerte.”
Se levantó, sacudió el polvo de su ropa, y tras acariciar y
besar a su fiel compañera, ambas tomaron el camino de regreso a casa.